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Este fin de semana, mientras tomaba café en un bar, sonó en la radio un corte publicitario que invitaba a marcar la casilla de la Iglesia en la declaración de la renta. No tardó un señor en decir bien alto: «a esos les voy a dar el dinero». Soltó cuatro burradas prefabricadas y siguió con su consumición aliviado tras el desahogo. Su intervención me sonó tan despectiva como barata y, además, me sentó fatal.

La Iglesia Católica, por lo que mueve y porque promulga unos valores «pasados de moda», es un blanco demasiado expuesto a la crítica social como para cebarse con él a la primera de cambio. Al igual que no todos los empleados de banca son ladrones, ni todos los políticos son corruptos, ni todas las feministas son lesbianas, tampoco todas las personas que colaboran con la obra de la Iglesia están envueltas en escándalos sexuales. Y como lo fácil es darles caña, yo me pongo enfrente y voy a romper una lanza a su favor. No pretendo convencer a nadie; pero si pides que se te respete, respeta. Y viceversa.

Labor humanitaria
Sabemos que sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando llueve, pues algo así debe pasar con la Iglesia Católica, ya que la Iglesia ha disparado un 56,5% su labor social ante la crisis. Y es que, en estos tiempos tan duros que estamos viviendo en España, la gente no sólo necesita ayuda económica. En palabras del responsable de finanzas de la Iglesia: «La crisis ha hecho que la gente acuda angustiada y desesperada a pedir ayuda, no sólo de alimento, sino para recibir una palabra de consuelo, una razón para seguir adelante».

Cáritas es la cara visible de la Iglesia en labores de ayuda humanitaria. Podéis coger el periódico de ayer mismo y comprobar como, por desgracia, se ha producido un tremendo aumento de las personas que tienen que recurrir a Cáritas para poder dar de comer a sus familias. Pues señores, Cáritas no es una ONG más, es una Organización Humanitaria de la Iglesia Católica (Wikipedia-Cáritas). Los casi 62.000 voluntarios que ayudan a más de 6.000.000 de personas alrededor de todo el mundo y de los sectores más desfavorecidos (datos obtenidos de la Memoria 2010) NO se merecen ese tono despectivo y casi de repulsa que algunos muestran cuando escuchan la palabra Iglesia. Es más, se merecen nuestro humilde respeto a su labor y que les mostremos nuestro agradecimiento. Y es justo que así sea. Ojalá nunca te toque, pero recuerda que estas personas trabajan duro por facilitarte la vida, de forma totalmente desinteresada y… en nombre de la Iglesia.

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No me hables del párroco de un pueblo de ‘nosedónde’, de la Inquisición, de…Si quieres te doy la razón ya. Porque la Iglesia está formada por personas; y las personas aparte de hacer muchas cosas bien, también fallamos. Y sabemos pedir perdón. Pero no seas tan básico de quedarte ahí y reflexiona un poco en los valores que intenta inculcar. Qué puede haber de malo en:
– Ser consciente de que hay algo por encima de ti, llámalo Dios/Alá/Universo/X
– Querer y respetar al prójimo como a ti mismo (esto arregla el mundo, pero es difícil)
– Honrar a tus padres
– No mentir, no robar, no matar, no ser infiel…

Esto es lo que te enseñan de niño en una educación católica. Y no me negarás que si nos rigiésemos por estos valores, todo iría mejor, por definición. Nadie en su sano juicio puede encontrar algo malo en que se inculquen y se profundice en estos valores. Humildad, respeto, tolerancia, amor… Ojo, también me parecería perfecto que se enseñasen sin un crucifijo en la pared. Lo que no podemos permitir, es quitar estos valores de la educación de nuestros hijos. Porque si nadie se los enseña desde pequeños, costará que los aprendan de adultos y más que los apliquen.

Las personas cometemos errores, también los curas, obispos, etc. Pero la doctrina católica, que Jesús resumió como «Amarás a Dios (pon otro si prefieres) sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo» es buena en sí misma.